El desierto de mi vida
Ven a mí
riega mi mente
mi corazón
mi alma
mi espíritu.
Endulza
mi sangre
cálida y amorosa
fértil y apasionada
que fluye
por los canales
de la vida
sin alma,
sin pétalos
de rosas rojas.
Alma
que espera ansiosa
que resurja
de las cenizas
y que se eleve
hacia el cielo,
hacia el paraíso
que alguna vez
se vislumbró
en el horizonte
y que tocó
con las yemas
de los dedos,
dedos ávidos
de paz y amor
de tranquilidad
y sosiego,
de mar en calma,
de cielo azul,
de la ingravidez
del amor sereno.
Tormentas,
ciclones,
voraz fuego,
aletazos de muerte
de enfermedades
que amenzaron,
sojuzgaron,
adormecieron
y casi mataron
la llama viva
de un alma vieja
que vino a aprender
a crecer con alegría
a enderezar
los tortuosos caminos
de un largo proceso
que nunca, nunca
fenecerá
porque tú
eres el agua viva,
la palabra que remece
todo mi ser,
que avivará
la profunda esencia
de mi alma dormida
de mi espíritu indomable
de mi pura conciencia
de mi memoria ancestral.
Remueve el desierto
de mi pesarosa vida,
de mi confundida alma
por continuos terremotos,
emociones atrapadas
escondidas entre pliegues
ocultos del entramado
neurológico de un cuerpo
ansioso por revivir,
por tocar el cielo
de hablar con Dios
sin intermediarios,
sin excusas...
Llega al desierto de mi vida
para quedarte
para no irte jamás
para disfrutar de las alegrías
y compartir los pesares,
para vivir una vida plena,
en amor y libertad
comprtiendo el mar,
las montañas y el aire
de mi valle encantado,
juntos recibiendo y dando
alegría, felicidad,
compasión y amor.
Que nuestra vida
sea plena, eterna,
más allá de los tiempos,
de las estrellas,
de las profundidades marinas,
que sea inefable
el vivir
el aquí y el ahora.
Que nunca más
mi vida sea un desierto
porque tú lo habrás
fertilizado con la paz,
la armonía y el amor
de tu corazón.
Juan Antonio Quintana Hernández